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8 jul 2008

SOBRE MORALIDAD Y DOBLE MORAL

Por Sergio Mejia

Cuando Freud aseguraba que la cultura es la suma de las represiones, no podía estar más cerca de la verdad, pues el vivir en un medio social "seguro" implica siempre algo de control externo, de renunciación a la libertad, de pérdida de individualidad, de pérdida de "humanidad". Y aunque conceptos como MORAL, y no la que le da su amigo cuando su novia le pone los cachos, sino la que entienden los sociólogos como el conjunto de valores y normas que rigen el comportamiento de un individuo o grupo social, puedan creerse fuera de moda y lejanos a nuestro mundo modernizado, tecnológico e impersonal, nos sorprenderíamos incluso los autodeclarados “de mente abierta”, de cómo determinan los prejuicios nuestra interacción y evaluación del “otro”.
Quizás para muchos la discusión sobre la moralidad o la doble moral sea irrelevante, cosa de sociólogos o mamertos pseudo intelectuales que necesitan oficio, pero la realidad es que esos valores que determinan la moralidad y su proyección filosófica, la ética, separan al bueno del malo, al pecador del santo, al “pervertido” del “normal”, y esto tiene implicaciones legales que son, en últimas, las que tipifican un delito y sus connotaciones policivas y punitivas. Hace apenas 20 años, cuando fui estudiante de Psicología en el curso de lo que hoy llaman psicopatología (en ese entonces se le llamaba psicología de lo anormal) aprendí que el principal criterio que separa un comportamiento normal de uno “clínicamente patológico” es estadístico y sinceramente espero que esos criterios hayan evolucionado. Es decir, si la mayoría de las personas en un entorno social o una comunidad se auto flagela como una forma de redimir sus pecados, podría considerarse como “anormal” no hacerlo. Se reconoce un grave peligro en esto, tomando en consideración el carácter maleable y manipulable que caracteriza nuestra especie. Está más que demostrado que el ser humano tiene un afán casi instintivo por acoplarse al grupo, muchas veces, como lo demuestra la historia, siguiendo ciegamente las directrices de un líder que incluso puede sobreponerse sobre su capacidad de juicio.
Y dentro de todo esto, qué es lo que llamamos "doble moral"?. Se habla de doble moral cuando un valor o un juicio se lo aplicamos a las personas o a las situaciones selectivamente y según nuestra conveniencia. Es decir, le caemos con todo el rigor al político corrupto que, por ejemplo, se roba los recursos de la salud de un municipio olvidado, pero somos más que auto condescendientes al declarar menos ingresos cuando vamos a pagar la eps. Y es que los seres humanos tenemos una tendencia casi que natural a juzgar y asignar su consecuente "rótulo" a los demás, sin sentirnos siquiera aludidos al hacer lo mismo que cuestionamos... que tan fácil vemos la paja en el ojo ajeno, sin si siquiera percatarnos de la viga que cargamos en el propio.
Hay instituciones, naciones, empresas y familias con doble moral. Por ejemplo, para la mayoría de nosotros resulta abominable la doble moral de algunos sacerdotes católicos y el vaticano, que anacrónicamente mantienen su posición de calificar de "PECADO CAPITAL" el echarse un polvo sin estar casado, el sexo recreativo, ese que nace de un convenio entre dos personas que se gustan y nada más, pero protege, encubre y voltea la jeta para otro lado a la hora de responder con la misma verticalidad y vehemencia los escándalos de violación y pederastia en su comunidad. Abundan los ejemplos de ambigüedad en la política o en los sistemas policivos y de inteligencia. Recuerdo el rumor que circuló por mucho tiempo sobre la aparente homosexualidad de J. Edgar Hoover primer director del FBI, quien perseguía y encarcelaba gays o músicos de rock so pretexto de “su carácter reaccionario y por ende potencialmente peligroso para la seguridad nacional” por allá en los 60s y 70s, cuando aún imperaba el Macarthismo en USA.
Abstraerse completamente de caer en la ambigüedad de la doble moral no es tarea fácil en estos tiempos modernos. Nuestra esclavitud social nos lleva muchas veces a no comprometernos con lo que realmente creemos. Preferimos aceptar condicionantes sociales que, aunque no compartimos, aceptamos sin cuestionamientos o por lo menos sin exponemos al “escarnio público” defendiendo nuestras ideas y posiciones, en aras de no suscitar rechazo en los demás. Adaptativo dirán algunos, cobarde y en algunos casos hipócrita, diría yo.
Viene a mi mente alguna que otra reunión familiar, de esas un poco más formales que informales porque está el tío importante de la familia, y sale este servidor primíparo, estudiante universitario y post adolescente conflictivo, con una posición favorable frente a la masturbación, o la pornografía o la prostitución o la legalización de las drogas o tantos otros temas prohibidos. Recuerdo especialmente una ocasión en la que dije que para mí tenía mucho más sentido casarse con una vieja bien recorrida o “zorra”, que sepa bien como es la cosa – en mis tiempos se les denominaba así a las niñas que fundamentalmente hacían lo mismo que uno de hombre en una sociedad machista: tener el mayor número de polvos posibles – en comparación con la mamera que implicaría en la cama una santurrona aburrida. Digamos que hasta ahí se aceptaron, aunque no sin disgusto, mis argumentos pragmáticos defendiendo mi posición. Pero cuando llevé el tema hasta las ventajas que implicaría casarse con una prostituta, que hoy llamamos disimuladamente “prepago”, pues ahí si ardió Troya y pasó lo que tenía que pasar… mi mamá me miró como si hubiera confesado ser un violador de niños mongólicos y se paró de la mesa indignada.
Pero en aras de la justicia, si bien nunca obtuve mayor respaldo a mis posiciones “radicales” y más bien por lo general suscitaba airadas discusiones familiares, con el comentario lapidario de “es que Sergio es como el rebelde de la casa”, acompañado de una cara de “si vieras la lucha que es esto”, .tengo que decir que, por lo menos en mi casa, siempre existió un pequeño espacio de discusión para ventilar esos temas difíciles; que cuando menos dejaba de manifiesto que es posible actuar y pensar distinto a la mayoría sin ser necesariamente un paria social, susceptible de sospechas o víctima de los prejuicios.
A quienes les gusta la historia les podrá resultar interesante ver cómo han evolucionado los valores en la sociedad humana y cómo han existido personas que en algún momento de sus vidas decidieron que podían existir formas alternativas de ver la vida, que tenían el deber y el derecho de vivir como les daba la gana mientras no le hicieran daño nadie. De no ser por estas “ovejas negras” que provocaron una evolución en los valores del momento, quizás muchas mujeres no estarían votando ahora, o aun se estaría traumatizando a tantos adolescentes con la idea de que la masturbación es asquerosa, peligrosa o cosa de pervertidos.
Finalmente, es por eso que buena, bonita y bogotana pretende ser un espacio independiente, una invitación a llamar las cosas por su nombre, a cuestionar lo incuestionable, a que abramos el debate sobre esos valores que se entienden como dogmas de fe sociales, con total transparencia, sin vergüenza; así la abuela o la feminista se volteen escandalizadas. Esta es una invitación a ser consecuentes con lo que realmente creemos, queremos y sentimos, a permitirnos soñar con ser Hugh Hefner o Larry Flynt por un día o por una década, con tener la valentía de Timothy Leary, proponente de los beneficios terapéuticos y espirituales, del uso de la LSD, y tantos otros verdaderos revolucionarios a los que les debemos en alguna medida el que hoy podamos auto declararnos como seres sexuales sin ser aislados socialmente o ex comulgados (para los que consideran esto importante).
Es sobretodo una invitación a reconocer la importancia del placer en nuestras vidas, como un factor de equilibrio psicológico y no como algo pecaminoso, reprobable y hasta asqueroso, una invitación a ejercer quizá el más valioso de los derechos fundamentales del ser humano: la libertad de expresión y su concomitante, la tolerancia.

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